Tzintzuntzan , Michoacán, 16 de abril del 2022.- El sol se derretía sobre el Atrio de los Olivos de la antigua capital del señorío tarasco, Tzintzuntzan, lugar de colibríes, cuando sonó la “tercera llamada, tercera, tercera llamada, comenzamos”. Una multitud se había dado cita, muchedumbre que no deja de crecer, y allá, en el Gólgota, Jesús el Nazareno estaba bajo un árbol centenario que algún lejano día lució repleto de aceitunas. Había empezado La Judea 2022, estaba iniciando El Prendimiento, El Juicio y La Condena del hijo del hombre.

No dejaba de llegar gente al atrio del templo de San Francisco. Tata Juariata seguía derritiéndose a chorros y en el escenario los actores pueblerinos jalaban las miradas e invadían los oídos y, claro, provocaban un sinnúmero de emociones. Carlos Francisco Pichu, un lugareño de 23 años, soltero y sin vicios, personificaba a Jesús. Su actuación era convincente, sentida, impactante y, la de la mayoría de los más de cien actores no demeritaba en lo más mínimo.

Después de que Poncio Pilatos se lavó las manos, de que Herodes ironizó ante El galileo, de que Samuel Belibeth hizo escarnio de aquel hombre que no tenía culpa alguna, de que le fue impuesta la corona de espinas y de que se le azotó con saña, empezó el Viacrucis por los empedrados y candentes senderos del hermoso Atrio de los Olivos, esos árboles con más de 450 años que según la leyenda fueron plantados por Don Vasco Vázquez de Quiroga y Alonso de la Cárcel, abogado de los indios y primer obispo de Michoacán.

El recorrido fue terrible para el galileo, los azotes eran reales, los empellones más que bruscos, las agresiones dolorosas, el peso de la cruz enorme y todavía tenía que soportar lo candente del empedrado y los dolores que, de ribete, le provocaban a Carlos Francisco Pichu las piedrecillas que se le clavaban en las plantas de los pies. El Samuel Belibeth era un hijo de su… sana, el hijo de su, porque agredía tan abusivamente a Jesús, que es decir a Carlos Francisco, que caía gordo y daban ganas de partirle su mandarina en gajos.

Esto es que las actuaciones eran tan buenas, que entre la multitud crecían sentimientos de misericordia para el Nazareno y de odio para Samuel. Los niños que abundaban entre el gentío comentaban sorprendidos y con vocecillas lastimosas: “mira, cómo le escurre sangre”, “sí, es que le pegan bien fuerte”, “aquel de allá es el que más le carga”, “ya le hicieron una cortada en la espinilla”, “que ya no le peguen”, “que ya lo dejen, pobrecito”.

El sol se incendiaba cada vez más, la gente se arremolinaba y hacía muy lento el Viacrucis, los coordinadores de la Judea Tzintzuntzan 2022 nos pedían a los representantes de los medios de comunicación que camináramos más rápido, y Carlos Francisco Pichu, que es decir Jesús, hijo de María y José, caía por tercera vez. El recorrido se hizo más angustioso, al galileo se le agrietaban los labios por calor y sed, daba la impresión de que iba a desfallecer, pero sacaba fuerzas de flaqueza y continuaba estoicamente.

Cada vez había más gente, más público, por eso cuando el galileo se desvaneció, se escuchó un “aaaaah, ya se desmayó”. Se hizo un silencio muy pesado, los soldados levantaron en andas a Jesús y lo llevaron a la Capilla Abierta, mientras desde lejos llegaba el sonido característico de los grilletes de Los Penitentes que daban vuelta al Atrio de los Olivos en pago a los favores que les realizó “El Señor del Santo Entierro”.

Entramos a la Capilla Abierta del templo de San Francisco y ya estaban tres crucificados: Jesús, Dimas y Gestas. Unos cantores se adueñaron del ambiente y hacían escuchar sus monótonas alabanzas. El Padre Nuestro sonó claro y la gente empezó a orar. El sacrificio y muerte de Jesús se había realizado, todo estaba consumado.

Buena, muy buena la representación realizada, una tradición que data de 122 años en Tzintzuntzan, aunque a causa de la pandemia del coronavirus y sus variantes, no se realizó durante en 2020, ni en 2021, por eso los actores tenían muy bien ensayados sus parlamentos y sus escenas. Bien, todo muy bien y… Así sea.

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